Las ciudades son lugares donde vive la mayor parte de la población, donde se produce la innovación y donde se crea la mayor parte del valor económico. El futuro está lleno de esperanza y los economistas elogian los efectos aglomerantes de la ciudad: proximidad, diversidad y densidad se consideran claves para el éxito económico. Sin embargo, estas son las mismas características que hacen que las ciudades sean vulnerables a los efectos de los choques y el estrés crónico. En ciudades donde el estrés está aumentando o se producen choques repentinos, el resultado puede ser colapso social, colapso físico o privación económica. En esta realidad, las ciudades no son la solución, sino el epicentro del problema. Para que las ciudades estén a la altura de las expectativas, las ciudades deben poder seguir funcionando sin importar lo que sea estresante o impactante a las personas que viven y trabajan en las ciudades. En otras palabras: las ciudades deben ser resilientes. Por lo tanto, el desafío político al que se enfrentan nuestras ciudades es aumentar la resiliencia de nuestra ciudad para que sus habitantes puedan sobrevivir y desarrollarse y la ciudad pueda aprovechar eficazmente su potencial de progreso, contribuyendo así a la transformación de Europa en una sociedad inteligente, sostenible e inclusiva.